lunes, 24 de julio de 2017

EL PERRO


El perro está cansado de olfatearnos
tanta indiferencia en los tobillos.
Reparte su simpatía,
trata de levantarnos el ánimo,
se queda en una posición equidistante,
cuya exactitud controla con su hocico.

En cambio nosotros hemos perdido el olfato.
Desconocemos por completo
a dónde han ido a parar
nuestros preciosos líquenes,
simbiosis de tus hongos amarillos
y mis algas perfumadas.

El perro lo sabe.
Hemos perdido el cuadrante.
Y los acordes.

El tiempo ahora lo organizan los pañales
y la torre de cubos.

Las púas en nuestra epidermis
son imposibles de esquivar
en una casa tan pequeña.

Es tan triste encontrar
restos de nosotros
en cualquier artefacto del baño.

Por eso el perro llora.
Mueve su hocico
por todos los rincones de la casa,
está nervioso y trata
de armar su rompecabezas
de juntar una pieza con otra
unir un dolor a una caricia
pero sus nervios aumentan
porque no encuentra nada
olfatea,
sabe que los fragmentos
tienen que estar en alguna parte
que tienen que poder volver a unirse.

El perro observa
su hogar arrasado y melancólico
y está cansado,
ya no sabe qué hacer.

Y yo tampoco.