miércoles, 16 de noviembre de 2011

Sospechas

Bueno, me digo,
lo que extraño es ese Paris escotado
que derrama de sus senos
las callecitas de Belleville
o la tenacidad del colombiano Poco loco
dispuesto a ser un borracho toda la vida
o caminar tres veces la misma calle
de una ciudad que no es la mía.

Descubrir que el mundo ofrece sus intimidades:
la impotencia de viajar en el metro de Moscú
o las puertas enmascaradas
donde esta ciudad helada revela sus secretos encendidos.

En otra parte los mástiles hacen péndulos
al ritmo de una canzonetta,
sobre un mar napoletano que se inquieta
cuando le caminan encima los turistas
y alguien grita: porta due, porta due!

Porque ahora sé
que ya no quedan amuletos en Roma
y volver ya no depende de una moneda
arrojada en la Fontana di Trevi,
sino que sólo vuelve aquél que fue mordido
por una pequeña certeza
en una esquina del Trastevere.

Mis cómplices. Mis pequeños rastros.
La ternura de los adictos de Dublin
y el peligro de tomarse una Smithwicks en Galway
y querer quedarse ahí toda la vida.

Sólo repaso mis encandilamientos:
oler la tierra donde nació mi abuelo
y donde las moscas revolotean
cerca de lo muerto.
Persuadirme de que hay algo más allá afuera,
en las intimidades del mundo.

Ahora, sólo miro por una ventana idéntica
a la de casi todos mis días:

que lo poco y lo mucho
son oficio de la fugacidad,
eso entiendo.