jueves, 28 de junio de 2007

Huésped en mi propia casa

el hastío es el revoque entre mis huesos
es un hábito olvidado y la amenaza del retorno
(la rueda que repite el roce doloroso)
es humedad que observa en mis cuencos tristes

hoy cualquier sonido es hostil
cualquier hielo escarcha mi historia
me acorrala

en el centro de esta habitación sin puertas
se filtra el humo de la histeria silenciosa
que distribuye el mundo

hay una respuesta homicida que hiere
los sentimientos de los otros

aturdida por este hechizo
me convierto en el huésped
que circula por la casa
que gira en falso, trastabilla, se derrumba
sobre un horizonte turbio.

martes, 19 de junio de 2007

A o Apiadarse

pasan advenedizos por mi ventanal
pero sólo devuelven aturdimiento y asombro
al observar la ansiedad colgada con alfileres de mis párpados

no hay intención de apiadarse
(por mi parte)
la agitación de mi alrededor
sólo aglutina adornos y artificios

capto / descubro / la atención de los ángeles
pero ellos sólo saben de atropellos y de absurdos
y no se alarman de este universo que llamamos armonía

es el silencio quien acude y alivia
quien se sienta sobre las agujas de mi rostro
para aquietar el ardor y las angustias

entonces esta soledad se vuelve alegre
se transforma en anestesia que acompaña
sin el apuro de las voces lloviznas
que tienen el afán de atolondrarme

así queda apenas
un parpadeo alerta
casi / una admiración abstracta
que tropieza incesante
contra el acantilado que me circunda.

lunes, 11 de junio de 2007

B o La búsqueda en terreno baldío

observo las manos baldías de los que callan
un día blanco como hoy

el barrio quieto
la biografía oculta de los seres imperceptibles
un silencio brutal / casi perfecto

con mi brújula descompuesta
navego errática
donde la barbarie ha dejado unas cuantas impurezas

una búsqueda breve
en la ciudad babilónica

bailar en el bosque
como las bestias encandiladas por la luz artificial

bajar un barranco / desbarrancarse
como si al final estuviera el amor

un día blando como hoy
/ la luna nombrando la noche, las estrellas trepadas en el cielo /
escucho mis latidos

el beneficio de esta existencia
la bitácora de mis últimos días
la belleza de esta naturaleza impúdica.

lunes, 4 de junio de 2007

El regalo con rostro de cocodrilo

Cuando cumplí seis años, mi tío Pablo me regaló un títere pues me dijo que estos espantaban las pesadillas por las noches. Tenía cara de cocodrilo sonriente y dos manos grandes con brazos largos que podían manejarse gracias a dos palitos de madera. Su cuerpo era un tubo de tela verde con rayas verticales rojas. Enseguida le puse de nombre “Cocodrilichón”. Y a pesar de que tenía unos robustos dientes triangulares, no me asustaban porque eran de goma espuma.

Sin embargo, no me gustaba dormir con él sobre la almohada, prefería guardarlo en una caja de madera junto a otro títere más antiguo llamado “Señor loco”, que tenía pelo naranja y unas enormes ojeras verdes. Me aseguraba muy bien de que durmieran allí porque tenía la sensación de que en la oscuridad cobraban vida.

Una mañana, cuando desperté, observé que Cocodrilichón tenía la cabeza afuera de la caja. La tapa de madera parecía estar estrangulándolo y hasta creí percibir que una lágrima rodaba de sus ojos. Estaba seguro de haberlo guardado bien la noche anterior. Me acerqué con temor. Lo toqué con la punta de mi dedo y su cuerpo estaba inmóvil. Respiré hondamente y volví a guardarlo por completo.

Ese día no podía quitar de mi mente el recuerdo de mi títere fuera de la caja. En la escuela, la señorita me llamaba la atención todo el tiempo porque yo no me concentraba en las cuentas de matemáticas. Dos más dos es cuatro, pero en mi caso, un títere en la caja más otro dentro, no eran dos títeres guardados. La matemática estaba completamente equivocada. Cómo podía explicarme yo semejante contradicción. Durante toda la clase no hice más que garabatos sobre mi cuaderno. Una inquietud extraña se había apoderado de mí.

Las semanas siguientes fueron tranquilas. Mis títeres permanecieron inmóviles cada una de las noches. Durante todo ese tiempo renuncié a jugar con ellos. Temía abrir la caja incluso de día.

Todo venía bien hasta que un domingo vino de visita mi tío Pablo.

-¡Hola Mati! –me dijo mientras me levantaba en el aire y me acomodaba sobre sus hombros.

Después me hizo volar con los brazos estirados hacia delante y yo me moría de risa. Adoraba a mi tío Pablo porque siempre se estaba riendo. Pero más tarde, después de tomar la leche chocolatada con galletitas con forma de animales dijo algo que me paralizó:

-Mati, vamos a jugar con Cocodrilichón, ¿te parece?

Me quedé mudo y mi rostro debe de haber expresado terror porque me preguntó:

-Eh!, ¿qué te pasa? ¿No te gustó el títere que te regalé?

-Sssí –balbuceé.

-Ah!, ya me parecía –dijo –entonces vamos a jugar. Vamos a hacer una obra de teatro de títeres.

Aunque traté de impedirlo, tío Pablo me arrastró de un brazo hasta mi cuarto.

-Están ahí –le dije mientras le señalaba con mi dedo la caja de madera y me mantenía alejado.

Temía que sucediera algo inesperado o incluso que los títeres no estuvieran allí. Pero tío Pablo abrió la caja y los dos títeres descansaban inmóviles en su interior. Entonces me relajé y caminé hasta la cama donde me acosté boca abajo con las manos sosteniendo el mentón.

Delante de mí una obra maravillosa surgió como del encanto. “Ajaja, ajaja” hacía todo el tiempo Cocodrilichón y yo no paraba de reírme. Así me olvidé por completo de todos mis temores.

Después tío Pablo se fue y yo me aseguré de que mis títeres estuvieran bien guardados en la caja.

Mamá me dio un beso antes de dormir. Yo estaba muy pero muy cansado, toda la tarde de juego me había dejado agotado. Apagó la luz y pronto me dormí. Creo que estaba soñando que volaba sobre el cuerpo de un cóndor cuando algo rozó mi nariz y me despertó. La luz de la luna entraba por la ventana e iluminaba de azul mi cuarto. En cuanto abrí los ojos vi, justo delante de mi cabeza, los dientes triangulares de Cocodrilichón. Iba a gritar cuando el Señor loco me tapó la boca con sus dos manos de goma espuma. Me sentía aprisionado y me cuerpo comenzó a temblar. Inmediatamente los dos ojos se me pusieron vidriosos de lágrimas.

-No te asustes –me dijo Cocodrilichón en voz muy baja.

En cuanto lo oí hablar mis ojos se abrieron como nunca antes. Mi asombro era infinito. El temor se interrumpió por un momento porque me encontraba completamente sorprendido.

-No tengas miedo, nosotros no queremos hacerte daño, sólo hablar de un asunto muy serio... –agregó mi títere.

Moví la cabeza de arriba abajo en un gesto de afirmación y esperé que volviera a hablarme. Hubiera querido contestarle con mi voz, pero Señor Loco no quitaba sus manos de mi boca.

-Mirá Matías, acá hay un problema, -comenzó a decir Cocodrilinchón con su voz áspera –la tapa de esa caja donde nos guardás es muy pesada y nosotros tenemos nuestra vida también, ¿no sé si me entendés? –preguntó por fin.

Asentí con mi cabeza. Luego continuó:

-Además, creo que en este cuarto hay suficiente espacio para los tres. Hasta podríamos enseñarte muchas cosas... –insinuó.

En ese momento, Señor Loco liberó sus manos de mi boca. Ya no tenía miedo. Incluso sentía que tenía frente a mí a dos nuevos amigos.

-¿Y qué me podrían enseñar? –pregunté con algo de timidez.

-Ah!, cada cosa a su tiempo. Primero tenemos que hacer un pacto. La caja tiene que quedar abierta durante la noche... –Cocodrilichón esperaba una respuesta y se lo notaba ansioso.

-Está bien –dije al fin –pero me tienen que prometer que no me van a asustar.

-Ajaja, ajaja –rió mi títere cocodrilo con una voz grave y fuerte –de eso no te preocupes, ya verás que podemos divertirnos juntos.

Cocodrilichón se metió entre mis sábanas y comenzó a hacerme cosquillas en las plantas de los pies con sus dientes de goma espuma.

-Jaja, jarajaja, jijiri –no paraba de reírme.

-Ya ves que no hay nada de qué asustarse... –dijo Señor Loco.

-Esta noche vamos a festejar –agregó Cocodrilichón y, de pronto, el cuarto se llenó de luces de colores. Mis dos títeres bailaban con una música de trompetas y tambores que me recordaba a la del circo.

La fiesta duró un buen rato hasta que Señor Loco comenzó a bostezar. Estaba agotado por las infinitas acrobacias que me había mostrado.

-Yo me voy a dormir –dijo con su cara demacrada de ojeras verdes.

Se dirigió lentamente a la caja y se dejó caer allí, inmóvil.

-Bueno, es hora de dormir –dijo Cocodrilichón mientras bostezaba– Matías..., es mejor que te acuestes también, mañana es la prueba de matemáticas y deberías descansar, ¡Buenas noches! – me saludó y se escabulló hacia la caja.
A partir de ese día la tapa permaneció siempre abierta. Casi todas las noches venían a jugar conmigo después de que mamá apagaba la luz. Entonces el cuarto se llenaba de colores maravillosos y esos juegos alegraban mis sueños. No recuerdo haber tenido miedo ninguna noche, de alguna manera me sentía protegido por mis dos nuevos amigos y jamás una pesadilla se apareció en medio de mi sueño. Por eso cada vez que venía mi tío Pablo le agradecía una y otra vez el regalo maravilloso que me había hecho. Él se ponía contento, aunque nunca imaginó porque yo estaba tan, pero tan feliz.

sábado, 2 de junio de 2007

Fascinación

no es una falla del espíritu
esta fiebre frágil
reflejo de la mirada femenina
fantasma de la sensibilidad furiosa

curiosa fortaleza
que oculta el fuego frenético
de los latidos

fervor de la sangre
terreno fértil para emociones poderosas
fiera fiel
de la consistencia

fluye la mujer de finos sentimientos
atraviesa la fricción
con la entereza de la roca

allí donde la voluntad fabrica
un filoso y fecundo lecho /
la noche es un festín de flores
un festejo fugaz
una fábula dulce

una fascinación tardía que me recorre.