sábado, 13 de abril de 2013

Cruzada

Las palabras no quieren
ser cómplices
de lo que voy a decir,
ya nada ni nadie da batalla.

Los soldados con pecheras
deliberan idioteces
profesando el silogismo de los noticieros.

Echo estragón y romero
a tanta inconsecuencia,
llevo mi escudo a la garganta.

Hay que machacar en el mortero
tanta prisa apócrifa,
hay que fusilar
a la palabra “despacio”.

Pero no se oyen más disparos
y en los cañones
ni siquiera queda incertidumbre.

El campo de batalla y de vergüenza
expone a los despojos
esparcidos en el caldo tibio
de la falta de sentido,
mutilados de los sueños que los hacían únicos
y sólo disponibles
para las causas de unos pocos
que se llenan la boca
con las letras
de la palabra social.

Una boletería vacía
dice que visitar la muestra
cuesta quince dólares azules.

Huele a crema pastelera y polvo de hornear
y el fuego ha cesado,
pero nadie salió con sus banderas blancas,
nadie decretó que no valían la pena
los esfuerzos, las pequeñas cosas.

Ninguno se ensañó particularmente con vos,
ni cuestionó tus decisiones,
nadie te disparó especialmente en el pecho.

Por propia voluntad
te dejaste confundir
con las otras geografías,
te declaraste vencido
sin demostrar las causas.

Ni siquiera, nadie, se molestó
en matarte.