Como las orquídeas noctámbulas,
las puertas tienen la mala costumbre
de estar cerradas a la luz del sol,
pero esa es solo una circunstancia aparente, hijo mío.
Que no hayan recibido la gracia
de estar humanizadas como las pantallas
o provistas de astucia
como las ardillas rojas,
no las hace infranqueables.
Necesitan de tu inteligencia, madre,
no es cierto que sus escotillas persistan
inmutables al canto de los jilgueros,
su terquedad es un simple artilugio
de los días de tormenta,
una maniobra escondida
del miedo a los rechazos.
La puertas requieren empujones,
una valentía como la de tu padre
cuando escribe el futuro
en cuadernos cuadriculados Avon.
Las puertas ocultan las oportunidades imposibles
son custodias de la imaginación prohibida
guardianas de pasadizos clandestinos
por donde deambula esa vida diferente
que buscan sin permiso los que insisten.
Son esos remolinos en la vereda
donde la persistencia de mi padre encuentra
lo que perdió en la mañana,
son las escoltas de un misterio que explica
cómo hacían el pan los egipcios.
Esos postigos son el extracto de malta
que le falta a tus comidas para igualarse
al nacimiento de las libélulas azules.
Son el derecho que pertenece a cualquiera
y te hacen creer, hijo mío, que le toca a unos pocos.