lunes, 19 de marzo de 2007

Paréntesis matinal

Vivir es ser otro. Ni sentir es posible
si se siente como ayer se sintió (...)
ser nuevo con cada madrugada,
en una revirginidad perpetua de la emoción:
esto, y sólo esto, vale la pena ser o tener,
para ser o tener lo que imperfectamente somos.
FERNANDO PESSOA, Libro del desasosiego.
.
mutación lenta /
oscuridad noche /
madriguera oculta
.
magnetismo extraño
me despierta dentro de mí misma
poco a poco
el miedo se transforma en silencio
y la ceguera en un mar
inunda la confusión
.
mi agua /
medicina para el espíritu
su música limpia el pensamiento
ruidos inoportunos
transforman las impurezas
.
maravilloso espacio atemporal
(la oscura noche lenta
es un paréntesis del día /
exploración interior)
.
la magia renueva el cuerpo
como un manantial
llega la mañana
.
es otra la mujer que despierta
.
mariposa naciente /
piel deshabitada /
"revirginidad perpetua de la emoción".

martes, 13 de marzo de 2007

COMIENZO

parada en la esquina de esta muerte
-en este abandono de pieles y de símbolos-
observo latir tantos mundos

escucho los ruidos ahí afuera:
nada es constante
(es un milagro: eso me salva)
los autos que pasan nunca son los mismos

y por primera vez festejo mi quietud
-aunque resulte doloroso
mirar de frente su verdad secreta-

cualquier acción es vacío, desierto, absurdo
sucede sólo mi respirar
que es ya rutina

y cortejo la espera que me obliga
a no avanzar ni un paso

a no retroceder ni un aliento.

viernes, 9 de marzo de 2007

¿QUÉ ES LO QUE FALTA?

Deja de correr. Mira. Ahí no falta nada.
Dicho Zen

dejemos que nuestro viento interior se aquiete
y nos permita abrir los ojos hacia lo profundo

el tiempo juega con nuestros pasos
crea nubes de polvo sobre nuestras huellas
nos hace olvidar el camino recorrido

el tiempo avanza veloz
borrando nuestro presente
opaca este día que transcurre por única vez

dejemos que la llama queme despacito
como una mirada mansa y dócil
como una voz silenciosa y precisa

mañana nos tenemos que despertar
pero ahora todavía no dormimos
contemplamos el cuerpo acariciado a la cama
la sensación de frescura en la sienes

dejemos que nuestros pastos se muevan
como una danza suave
que no se aterroricen con la vorágine de las obligaciones

¿cuánto dura el instante de esta quietud?

dejemos que el sentido de las cosas
se construya en nuestros hechos cotidianos
como una revelación espontánea
como una verdad transparente

dejemos de correr hacia aquel sitio donde no estamos
mirémonos a los ojos
¿qué es lo que falta?

ESENCIAL

los matices de la naturaleza tiene el amor
y sus ciclos son un péndulo incesante
que / a veces /
orilla la pasión o la angustia
la salud o la fiebre
la pared o el infinito

tiene también los olores de la naturaleza
/ el amor /
es / en ocasiones / animal sediento
y otras
rocío fresco y quieto que alimenta el espíritu

el amor es el sonido de la naturaleza
música disonante / el corazón /
o brisa que rasguea como cuerdas / los pastos de un valle

se pueden tocar las diferentes texturas del amor
(naturaleza en la piel)
algunas ásperas y cortantes
otras / como caricias del agua que corre por el hueco de la mano

el sabor de la naturaleza es el del amor
es el elíxir secreto de las hierbas
es el gusto agridulce y placentero de los frutos maduros

y es tan maravilloso el amor
que tiene /además / esa esencia de la naturaleza
esa pócima amarga y energizante
que no percibe ninguno
de nuestros cinco sentidos.

EL PRIMER SECRETO BIEN GUARDADO (cuento infantil)

¡Por fin había nacido mi hermano!
Salió como por un tobogán, cabeza abajo y, en ese momento, me acordé de cuando iba a la plaza.
A partir de ese día, todo fue distinto.
Desde el principio nos entendimos perfectamente. Yo lo miraba, me reía y él me guiñaba el ojo como si ya me comprendiera.
Pero hubo un día en especial que lo recuerdo muy bien porque sucedió algo que nos convirtió en inseparables: el día que Ulises comenzó a toser mariposas. Ése fue nuestro primer secreto en común.

Yo tenía cuatro años y Ulises dos. Mamá me pidió que lo cuidara mientras ella se daba un baño. Estábamos, entonces, los dos solos. Siempre pensé que aquélla no había sido la primera vez porque Ulises comenzó a toser sin sorprenderse en lo más mínimo.
En menos de cinco minutos el comedor estaba lleno de mariposas multicolores que se escabullían por la chimenea del hogar.
Yo trataba de atraparlas, pegaba saltos y extendía las manos, pero ellas eran muy astutas y se me escapaban... así me enseñaron que lo mejor era dejarlas volar como quisieran.

Cuando mamá salió del baño, sólo quedaban dos de alas enormes dando vueltas cerca nuestro. Y mamita nos dijo:
- ¡Miren las mariposas!

Y nosotros asentimos con la cabeza y nos quedamos sentaditos sin decir nada. Si hubiera visto lo que ocurría un momento antes... ¡qué sorpresa se hubiera llevado!, pensé.

Con mi hermano nos pasábamos el día entero jugando en el jardín y claro, siempre estaba lleno de mariposas ya que Ulises las tosía cada mañana. ¡Qué linda mamá!, pensaba que venían por las flores que ella cuidaba.

Y todo estaba tranquilo hasta que llegó ese vecino loco que no tuvo mejor idea que ponerse a cazar las mariposas que salían de nuestro jardín. Claro que siempre esperaba que cruzaran el límite de su casa. Se ocultaba con su red detrás del cerco de flores y cuando las tenía al alcance... ¡zaz! las atrapaba. Luego supimos que las colocaba insertadas en alfileres en pequeñas cajas de cristal que le vendía a los museos de ciencias naturales.

Yo no estaba dispuesta a permitir que continuara con esa masacre y mucho menos Ulises que las hacía nacer de su propia tos. Es lógico, él les tenía un cariño especial.

Este vecino se llamaba Horacio y era un grandulón peludo, por lo cual comenzamos a decirle el Oso Lacio para que nadie supiera de quién hablábamos.

Ulises me avisaba: “Ozoazio” y lo señalaba con el dedo, pero ese desgraciado ya se había escondido detrás de alguna planta.

El Oso Lacio cazaba las mariposas con una red pequeña que se había construido y entonces a nosotros se nos ocurrió hacerlo caer en su propia trampa.

Una noche, cuando mamá y papá dormían, nos levantamos con Ulises y pusimos en marcha nuestro fantástico plan.

Sabíamos que el Oso Lacio se levantaba temprano y que si veía mariposas a esas horas se volvería loco de emoción y se metería en nuestro jardín sin importarle nada.

Entonces construimos una gran red “atrapadora” de Osos Lacios. La malla tenía el tamaño suficiente para cubrirlo por completo. Una vez que cayera, nosotros, escondidos en nuestra casita de la palmera, tiraríamos del cable que dejaría caer la red sobre él y lo inmovilizaría. Pretendíamos darle el gran susto de su vida para que dejara de crucificar estos hermosos insectos de colores.

Todavía estaba oscuro cuando Ulises comenzó a toser mariposas. Tosió y tosió hasta que el jardín era una gran nube de alas de colores diferentes. El Oso Lacio pareció presentirlas y salió pocos minutos después.
Miró hacia todos lados y como no vio a nadie (nosotros estábamos muy bien escondidos) cruzó el cerco y se metió en nuestro jardín.
Daba saltos y atrapaba nuestras mariposas el muy descarado, pero poco a poco fue acercándose a lo que sería su fin, su escarmiento.

Cuando estuvo en el lugar preciso, Ulises y yo tiramos del cable y la red lo atrapó.
El Oso Lacio comenzó a gritar asustado y en seguida salimos corriendo y nos metimos en casa.

Mamá y papá prendieron la luz del jardín y salieron a ver qué sucedía. Lo encontraron llorando al grandulón, apresado en la red llena de mariposas y más asustado que cucaracha en un baile de gallinas.
Lo ayudaron a salir y el Oso Lacio corrió desesperado y se metió en su propia casa.

Nuestros padres nunca encontraron una explicación a lo que había ocurrido. Fueron a nuestra habitación y, Ulises y yo dormíamos como dos angelitos...

De esa manera, logramos nuestro objetivo: el Oso Lacio abandonó esa mala costumbre de cazar mariposas y a nuestro jardín no le faltaron, a partir de entonces, flores de variadas tonalidades y mariposas multicolores.